Iniciamos el verano con una novela de Margaret Atwood, reconocida autora canadiense de larga trayectoria.

Algunos fragmentos de la novela:
“-Ése es Peter –dijo Marian-. Estará haciendo fotos.
Duncan retrocedió un poco.
-Creo que no me apetece entrar –dijo.
-Pues tendrás que hacerlo. Has de conocer a Peter, de verdad, me
gustaría presentártelo. –De pronto le parecía de suma importancia que la
acompañara.
-No, no –insistió él-. No puedo. No iría bien, seguro. Uno de los dos
se evaporaría, y seguramente sería yo. Además, hay demasiado ruido. No lo
resistiría.
-Por favor –le suplicó. Lo agarró del brazo, pero Duncan ya se
disponía a huir corriendo por el pasillo-. ¿Adónde vas? –le preguntó Marian con
voz lastimera.
-¡A la lavandería! –le respondió-. Adiós, que seas feliz en tu
matrimonio –añadió.
Marian logró vislumbrar el último retazo de su sonrisa antes de que
doblara la esquina. Oyó sus pasos que se perdían por la escalera.”
“Marian agarró las sábanas con fuerza. Estaba tensa por la impaciencia
y por otra emoción que reconoció como la gélida energía del terror. En ese
momento, suscitar algo, alguna reacción, aunque no fuese capaz de predecir lo
que emergería de aquella superficie en apariencia pasiva, de esa cosa amorfa,
blanca e insustancial que se extendía en la oscuridad, que se movía a medida
que sus ojos se movían esforzándose por ver, que parecía carecer de
temperatura, olor, cuerpo o sonido, era lo más importante que podría haber
hecho nunca, que podría hacer en el futuro, y no podía hacerlo. Esa certidumbre
le inspiraba una desolación helada, peor que el miedo. Ningún empeño de la
voluntad serviría de nada. No se decidía a acariciarlo de nuevo. Tampoco se
decidía a marcharse.”