A quienes hayan leído “El tiempo
entre costuras”, de María Dueñas, les sonará una tal Rosalind Fox: una mujer
chic, cosmopolita y moderna, además de inglesa, que ejercía el papel de
fabulosa clienta de la modista Sira Quiroga en Tánger (esto, producto de la
ficción de la autora) y de amante del ministro de Exteriores del gobierno
franquista, Juan Luis Beigbeder. En esta historia cumplía un papel secundario,
que aportaba glamour a las aventuras de la costurera. En su última novela,
Boris Izaguirre recorre su vida para hacerla protagonista.
Solo había leído una novela de
Izaguirre con anterioridad, y no fue otra que “Villa Diamante”, publicada como
galardón por ser finalista del Premio Planeta en el año 2007. Recuerdo que
aquella lectura me pareció algo tediosa y que no siempre lograba entender el
devenir de los sucesos narrados. Me dejó un sabor de boca bastante indiferente,
ni especialmente memorable ni completamente desechable (lo cual en mi opinión
es aún peor que sentir alguna de las dos cosas). El diciembre pasado tuve la
ocasión de compartir un encuentro con Boris Izaguirre con motivo de una firma
de libros, durante la campaña de promoción de su libro. Ver en persona a
alguien dedicado a las letras siempre me parece interesante y una buena
distracción (al menos rompe en parte la monotonía). Una vez allí, me sentí
obligada a adquirir la novela, la verdad, porque otra cosa habría sido un poco
triste. Y así fue cómo contacté con esta historia. Lo que siguió fue menos
emocionante.
No tuve la oportunidad de
comenzar el libro hasta este verano, hará cosa de un mes, después de acabar
(por los pelos) la última historia de Ken Follett (ver la reseña aquí). Lamento
tener que decir que “Un jardín al norte” no ha resultado ser una lectura
agradable. Soy de las que piensan que el efecto que cada historia produce en
nosotros depende en gran medida del momento en que la leemos. Nunca sabré hasta
qué punto el hecho de encontrarme en una etapa mejorable de mi vida ha influido
en las emociones que he obtenido de esta lectura. Emociones que han sido
escasas y de muy poco impacto.
Hablemos, para comenzar, de la
incuestionable protagonista de la historia, la ya mencionada Rosalind Fox. Se
trata de un personaje histórico real, una mujer inglesa nacida en 1915,
procedente de un pueblecito menor de Inglaterra llamado Twickenhamshire. Nacida
en el seno de una familia vulgar, bastante pobre, compuesta por una madre que
considera cumplido su papel materno si consigue alimentar a su hija y un padre
con ínfulas de emprendedor que es aún más fracasado que su esposa. Nada en los
inicios de la vida de Rosalind promete un futuro especialmente diferente al de
cualquier otra niña de su misma condición. Durante la guerra, su padre consigue
labrarse algo de reconocimiento receptando y descifrando telegramas de las
filas alemanas, hasta el punto de ser recompensado por su labor con un puesto
en la embajada británica de la India. Esa novedad será el punto de inflexión en
la vida de la pequeña Rosalind, que, a partir de entonces, avanzará perdiendo
progresivamente toda la ordinariez que su origen presagiaba. Con la marcha de
sus padres ingresa en un internado, el Saint Mary Rose, hasta que al cumplir
los doce años su padre, renacido de sus cenizas como un diplomático exitoso y
seguro de sí mismo, aparece para llevarla junto a él, que reside en Calcuta.
Aunque se presenta y responde al apelativo de “embajador”, no es tal cosa, y no
tardamos en intuir que Ronald Knowles Fox ejerce como alguna suerte de espía al
servicio del gobierno británico en su otrora exuberante colonia. Un personaje
misterioso irrumpe en la vida de Rosalind Fox, bajo el nombre de Mr. Higgs.
Aunque pretende pasar por el mayordomo de un club masculino en Londres, no
tarda en hacerse evidente que no es sino compañero (sino superior) del padre de
Rosalind. De esta forma y sin que quede del todo claro si ha sido intencionado
o accidental, Rosalind entra a formar parte de ese complicado e ingrato mundo
del espionaje. Rosalind Fox se revela como una niña precoz, sumamente sensible
e inteligente, especialmente a la hora de intuir las emociones humanas, que se
ve en parte seducida y en parte recelosa de la profesión de espía. Sin embargo,
en un primer momento, su espíritu aventurero y curioso acaba inclinando la
balanza a favor de un comportamiento y una personalidad que parecen idóneos para
el espionaje. Se convierte, así, en un prometedor fichaje para el equipo
liderado por, cómo no, el inclasificable Mr. Higgs.
Una de las primeras y más
inmediatas consecuencias de la incorporación de Rosalind a la profesión es que
su vida deja de ser completamente suya, para estar al servicio de los intereses
de su país. En repetidas ocasiones ella lamenta esta realidad, anticipando que,
como hasta ese momento, ninguna de las cosas que llegue a poseer o las casas en
las que habite serán de su propiedad. Siente que todo lo que la hace ser ella
es prestado. De esta forma, lo que en un principio se alumbraba como una vida
repleta de aventuras y emociones se torna una prisión para Rosalind que, sin
llegar a cumplir los veinte años, se ve incapaz de cambiar su situación.
Es innegable que la trayectoria
vital de Rosalind Fox fue, como mínimo, sorprendente y original. Se casa
jovencísima, incluso para la época, y no tarda en ser madre con una edad a la
que, en la mayoría de las veces, las personas no saben ni cuidar de sí mismas.
El marido, un joven en principio cargado de virtudes y promesas, acaba siendo
un vividor que ignora a su mujer, en el mejor de los casos, o la culpabiliza
por todos los males del mundo, en el peor. Es importante mencionar que él
también formaba parte del equipo espía. De nuevo, la vida de Rosalind sufre un
revés. Llega a parecer que la peor de las suertes la perseguirá para siempre.
Con apenas dieciocho años se encuentra con un hijo pequeño, un marido enfermo
por los vicios y atacada por una misteriosa enfermedad que la sacará de Calcuta
en el intento de buscar su recuperación en un centro médico de Suiza.
Termina así la primera parte de
la vida de Rosalind, la vivida en la India. El autor describe con bastante
acierto la exuberancia de colores, olores, animales, sonidos y sensaciones que
todos ligamos con este país. De igual forma, trata de hacernos partícipe de la
decadencia de la ciudad y de la nueva etapa que se estaba desencadenando a raíz del encrudecimiento de las protestas contra el dominio británico. En todo momento somos
testigos de los acontecimientos a través de los ojos de Rosalind, que es una
persona liberal y comprensiva, pero inglesa al fin y al cabo. Eso explicaría la
extraña neutralidad, salpicada de cierta compasión, que parece exhibir ante
la determinación de la India de alzarse como una nación independiente. Llega a
hacer pensar que el dolor que a veces siente por la violencia de la situación
se debe más a la privación del disfrute de la belleza del país (en una casa
palaciega rodeada de servidumbre y distracciones) que a la situación de sus
habitantes. Lo cual tampoco es extraño viniendo de donde viene.
La segunda gran aventura de
Rosalind Fox se inicia tras su recuperación en Suiza. La influencia de Mr.
Higgs es larga, dado el respeto y cariño que ella llega a sentir por este
hombre (en mi opinión, no del todo motivada a lo largo de la historia). Este
consigue reclutar a Rosalind en una misión, que tendrá diversas fases y la hará
recorrer muy diversos países. Nos encontramos a principios de la década de los
años 30, en un momento en que el fascismo empieza a tomar forma en Europa.
Rosalind se dedicará a obtener información sobre los intereses y motivaciones
de los nacionales alemanes y españoles. La indagación comienza en Lisboa,
pasando por Estoril y acabando en Tánger (donde, supuestamente, se encontrará
con una joven llamada Sira Quiroga; pero esa es otra historia). Es en un viaje
a Berlín cuando conoce a Juan Luis Beigbeder, un encuentro que la cambiará para
siempre. Y con ella cambia definitivamente la opinión de esta lectora sobre
esta mujer. Rosalind Fox se enamora perdida e inexplicablemente de un hombre
con tan solo intercambiar un par de frases con él. Un hombre que, además, es un
paladín del sector de la sociedad y ejército españoles que tratan de atentar
contra el, legítimo, gobierno republicano, con todo lo que ello implica, desde
un punto de vista ideológico, ético y moral. Por decirlo en pocas palabras: la
indómita, aventurera y liberal Rosalind acaba bebiendo los vientos por un aspirante
a fascista. Lo que podría llegar a configurarse como algo insólito e intrigante
resulta para mí más que nada incomprensible.
El resto de la novela no hace
sino explorar ese amor llamado al fracaso, dado que ambos implicados están
casados. El autor lo eleva a la categoría de “faro de esperanza” en medio del
horror causado primero por la Guerra Civil española (de la que Beigbeder, no lo
olvidemos, es pleno partícipe y desencadenante) y a continuación por la Segunda
Guerra Mundial. La narración del indecible sufrimiento padecido por esta pareja para mantener viva
la llama de su amor durante ambas contiendas, a pesar de los diferentes
intereses de sus países, sus propias ideologías y lealtades, acaba pareciendo
un intento por incluir su historia en la categoría de épica cuando, bajo mi
punto de vista, no es el caso, si lo que se nos ha narrado en el libro es
cierto. No es menos cierto que la vida de Rosalind Fox estuvo cargada de
sufrimiento, causado por la pérdida de libertad y autodeterminación, además de
un amor fracasado, pero jamás sufrió el bombardeo inclemente de las fuerzas
enemigas, ni el hambre, ni la desesperación. Más bien al contrario. Su hijo y
ella misma siempre estuvieron bien mantenidos, alejados de los horrores de las
guerras. Durante su estancia en Tánger sufre por el encargo de sus superiores
de espiar al que califica como el amor de su vida, pero sus mayores
padecimientos se limitan a eso. Mientras España moría de hambre, ella se dedica
a adornar y hacer placentera la estancia de los diplomáticos en la embajada de
Tánger, en muchos casos sin reparar en gastos ni excesos. Llegados a este
punto, el personaje de Rosalind Fox me resultaba casi despreciable.
Sin embargo, nos encontramos,
parece ser, ante una espía condecorada por el gobierno británico. Según se
afirma en el libro, el mismísimo Churchill llegó a señalar que “la guerra
hubiera sido muy diferente si Rosalind Fox no hubiera existido”. He tenido la
suerte de no conocer los entresijos de la guerra en Europa de manera personal,
lo cual me convierte en una fuente muy poco fiable, pero otros testimonios e
historias ficticias inspiradas en hechos reales durante la contienda provocan
que los méritos de Rosalind Fox, de ser los que se cuentan en el libro, me
parecen de insuficiente mérito para recibir semejante halago. No digamos ya
para escribir un libro sobre su vida. Su intervención en la confiscación de una
gran cantidad de campanas, almacenadas en un recóndito pueblo andaluz con las fábricas
de armas alemanas como destino, pareció ser de tal magnitud que convirtió su
nombre en uno imprescindible en los anales del espionaje de la guerra. Sigo sin
tener muy claro en qué consistió exactamente su aportación.
Por si la actitud para con las reclamaciones
del pueblo indio no fuese suficientemente llamativa, todavía nos queda
mencionar las observaciones que, de manera reiterada, realiza sobre la Guerra
Civil española. En una ocasión, Rosalind compara esta con la Segunda Guerra
Mundial, afirmando que “en Europa empezaban a escucharse ruidos de sables
infinitamente más peligrosos que los cañones y fusilamientos de la Guerra Civil
en España”. Sea de quien sea la autoría de la frase, no consigo vislumbrar el
objetivo de la misma; desconozco qué parámetros han de usarse para juzgar qué
guerra gana a las demás en horror y peligro. Además de esto, las referencias al
gobierno franquista como un grupo de patriotas que no parecen haber cometido
mayor pecado que ganar una guerra (que ellos mismos iniciaron) y cuya máxima
prioridad es “levantar el país” me parecen, cuanto menos, inexactos y, además,
desafortunados. Un juicio extraño y curioso en boca de Rosalind Fox. Por otra parte, el Madrid de la posguerra que ella describe está maltrecho, sí,
pero no parece tener nada que ver con el infierno relatado por, por ejemplo,
Almudena Grandes en la magnífica “Las tres bodas de Manolita” (ver reseña aquí).
Casi parece que la documentación del autor
sobre la época fue la justa para poder escribir la novela sin confundir detalles
históricos. El repaso que realiza sobre las circunstancias históricas más
concretas no contiene más detalle ni profundidad que el que se puede encontrar
en el correspondiente capítulo de cualquier libro de Historia de bachillerato.
Para ir concluyendo, dos puntos
fundamentales. El personaje principal de Rosalind Fox me parece una mujer
anodina envuelta en unas circunstancias muy particulares y sin lugar a dudas
difícilmente imitables. Pero son sus circunstancias, casi siempre impuestas por
otros, lo que la hacen especial, y no sus propias decisiones. Su única
aportación personal es enamorarse de Beigbeder, lo cual, para una servidora, no
hace más que rematarla como alguien con las ideas muy poco claras. La historia en su conjunto, en consecuencia, me ha resultado
francamente aburrida, insulsa y de muy poco interés. La tercera parte casi
acaba con mi paciencia, y solo la fuerza de voluntad y mi resolución de no
dejar un libro a medias me dieron el ánimo suficiente para acabar con una
historia que se me venía haciendo inacabable desde la mitad. Un libro, en suma,
de lo más prescindible.
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