SINOPSIS:
Un niño presencia el asesinato a sangre fría de su padre en los primeros
días de la guerra. Setenta años después reconoce de forma fortuita en una calle
de León a uno de los que participó en aquel desmán, un empresario conocido que
se niega a confesar dónde lo enterraron. Testigo del encuentro es el hijo de
este, José Pestaña, profesor universitario y miembro de una agrupación de la
memoria histórica; este enfrentamiento entre víctima y victimario, y el deseo
de Pestaña de conocer los hechos tanto como de que se haga justicia le
enfrentará a su padre, pero también a quienes tratan de falsear el pasado con
tal de justificar sus propios deseos de revancha. Audaz e implacable con los
lugares comunes que existen aún sobre la Guerra Civil, el relato avanza sin tregua
en busca de una verdad que paradójicamente desquicia a buena parte de los
personajes, pero no a sus principales protagonistas. Estos hallan, en medio de
todo, la manera de enamorarse y de celebrar la vida, precisamente porque son
libres y no temen llegar hasta el final.
Se ha escrito mucho sobre la Guerra Civil, pero no se ha dicho, y no se puede decir que se prevea lo contrario en los próximos años, todo lo que debería ser contado. De esta premisa parte la novela de Andrés Trapiello, una obra intelectual, casi filosófica, comprometida ante todo con la verdad y sin deseos de agradar a nadie. No pretende decir lo que muchos querrían escuchar, y arroja nueva luz y una perspectiva diferente, más plural, sobre aspectos de la historia que hasta ahora hemos considerado definitivamente verdaderos, intocables hasta el punto de ser tachados de sacrílegos si dijésemos lo contrario. Esta es, ante todo, una historia valiente que, sin intención de aleccionar a nadie, dice sin medias tintas lo que muchos piensan, pero que también se atreve a ponerle palabras a hechos que nadie querría contar.
Sin embargo, no es una
novela hecha para rendir homenaje a las víctimas o ajustar cuentas con los
victimarios, aunque tenga tiempo para hacer una cosa y otra, sino que parece
estar dirigida a los descendientes de aquellos, a los hijos y a los nietos de
los que lo presenciaron o protagonizaron. Parece una oportunidad para que
nosotros, los que no la vivimos y de la que sabemos solo lo que nos quieren
contar, reclamemos que, por fin, uno y otro bando entonen el mea culpa por
aquello por lo que le corresponda y pidan perdón públicamente por las víctimas
que ocasionaron el otro bando. Sin duda alguna, esta historia es una llamada a
la responsabilidad, a la memoria histórica con todas sus letras, porque solo
contándolo todo y asumiendo lo que haya que asumir se puede perdonar y olvidar
recordando. El subjetivísimo título puede hacernos pensar que, o bien la Guerra
Civil forma parte del pasado y no debe ya ocupar el presente, o bien que está tan
intrínsecamente ligado a nuestras vidas que debemos hacer las paces con ella.
Piense lo que piense cada uno, es difícil mantener la opinión férrea e
inmutable que todos creemos tener al llegar al punto final de “Ayer no más”.
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