SINOPSIS:
Vuelve, en esta segunda y esperada
entrega, el detective gallego de Ojos de agua (Siruela, 2006) Leo Caldas. Una
mañana, el cadáver de un marinero es arrastrado por la marea hasta la orilla.
Si no tuviese las manos atadas a la espalda, Justo Castelo sería otro de los
hijos del mar que encontró su tumba entre las aguas mientras faenaba. Pero el
océano nunca ha necesitado amarras para matar. Sin testigos ni rastro de le
embarcación del fallecido, el lacónico inspector Leo Caldas se sumergirá en el
ambiente marinero del pueblo, tratando de esclarecer el crimen entre hombres y
mujeres que se resisten a desvelar sus sospechas y que, cuando se decidan a
hablar, apuntarán en una dirección demasiado insólita. Un asunto inoportuno
para Caldas, que atraviesa días difíciles: Alba ha vuelto a dar señales de
vida, el único hermano de su padre está gravemente enfermo y su colaboración en
el programa de radio se está volviendo insoportable.
Domingo Villar es un autor vigués que nos ofrece el
relato de las aventuras personales y profesionales de un inspector de la
comisaría de Vigo, Leo Caldas. Esta es su segunda novela, después de la también
exitosa “Ollos de auga”, protagonizada por el mismo personaje. En este caso,
nos adentramos en la investigación que prosigue a la aparición del cadáver de
un marinero en la playa de Panxón, que no habría trascendido de no ser porque
sus manos aparecen atadas. Una vez descartada la posibilidad del suicidio o de
un accidente laboral, el inspector Caldas y su ayudante Rafael Estévez, natural
de Zaragoza, inician una carrera de fondo para encontrar las respuestas al por
qué y el quién de la muerte del marinero.
Sin embargo, la novela nos ofrece no solo un seguimiento
de la investigación dirigida por el inspector, sino que se ve aderezada con
vivencias privadas de este, tales como su actitud respecto a la que parece ser
una reciente ruptura sentimental o su relación con la enfermedad de su tío,
ingresado en el hospital y al cuidado del padre del inspector. En ese sentido,
Leo Caldas no figura únicamente como policía, sino que conocemos su carácter,
sus emociones y su actitud ante los problemas que la vida presenta en general.
Ciertamente, constituye un personaje entrañable, que cae bien por su honradez y
su dedicación al trabajo y que despierta nuestra mejor simpatía por su torpeza a
la hora de afrontar situaciones compartidas por el grueso de los mortales.
Muestra tanta cercanía que cualquiera podría reconocer en él a un amigo o
conocido. No es un héroe que persigue y castiga el crimen con ejemplaridad,
sino un ciudadano corriente que desempeña bien su trabajo y que sufre y padece
como los demás.
Igualmente atractivo es su compañero Rafael Estévez, el
responsable de las escenas de mayor hilaridad a lo largo de la historia. Su
carácter impulsivo y rudo llega a colmar la paciencia del inspector Caldas, que
debe controlar a su ayudante para que no use las manos contra posibles
sospechosos en más de una ocasión. Su incapacidad total para entender y
adaptarse a la manera de ser gallega es sin duda lo más apreciado del
personaje, ya que arranca al lector gallego una gran sonrisa al reconocer en
sus observaciones como extranjero esos rasgos tan característicos de nuestra
tierra: la capacidad para predecir los cambios de tiempo, la respuesta a una
pregunta con otra pregunta, la ambigüedad de los testimonios o las opiniones,
etc.
En lo que se refiere a la historia en sí misma, el autor
es perfectamente capaz de mantenernos enganchados al libro durante horas, a la
espera de avanzar junto a Caldas en la difícil investigación. Tras encontrar
los primeros indicios que apuntan a un asesinato en toda regla, el inspector
pronto se estanca en sus pesquisas, incapaz de encontrar una salida al punto
muerto al que pronto llega. Tira de todos los pequeños hilos que puede y es
concienzudo en sus avances, con la esperanza de encontrar un cabo al que
aferrarse hasta llegar al final del asunto. Sufrimos con él cuando no aparecen
pistas de ninguna clase y nosotros mismos damos innumerables vueltas a los
datos conocidos intentando identificar al culpable y sus motivos. El autor
mantiene vivo nuestro interés ofreciéndonos minúsculos avances, hasta que la
investigación recibe el espaldarazo que necesitaba. Como suele ocurrir en
muchas novelas policiacas, la pericia del inspector juega un papel importante
en la resolución del caso, pero también los golpes de suerte que le permiten hacerse
con datos o pruebas determinantes de una manera puramente azarosa, en
conversaciones con amigos o debido a un tropiezo, literalmente. En suma, es una
novela sumamente entretenida, bien escrita y con giros inesperados.
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