Algunos fragmentos de la novela:
“El uruguayo era
profesor de Inteligencia Artificial en la Universidad de Stanford y competía en
triatlón con Ryan Miller, veinte años más joven. Aparte del interés por la
tecnología y los deportes, ambos eran de pocas palabras, por eso se llevaban
bien. Vivían con frugalidad, eran solteros y si alguien les preguntaba, decían
que estaban muy curtidos para creer en las lindezas del amor y amarrarse a una
sola mujer, habiendo tantas de buena voluntad en este mundo, pero en el fondo
sospechaban que estaban solos por simple mala suerte. Según Indiana Jackson,
envejecer sin pareja era para morirse de pena y ellos estaban de acuerdo, pero
jamás lo habrían admitido.”
“Después, cuando
cada uno se quedó a solas con el recuerdo del amor recién vivido, no sabría a
qué atribuirlo, si al rugido de la tormenta sacudiendo el mundo, al alivio de
la risa compartida o a la proximidad en la cabina de la camioneta, o si fue
inevitable porque los dos estaban listos. El gesto fue simultáneo, se miraron,
descubriéndose, sin subterfugios, como nunca lo habían hecho antes, y ella vio
el amor en los ojos de él, un sentimiento tan sincero que le despertó el deseo
reprimido y sublimado desde hacía años.”
Isabel
Allende es una de mis autoras de cabecera desde que leí “La casa de los espíritus” hace bastantes años, una novela
que me cautivó desde la primera línea. “Hija
de la fortuna” y “Retrato en
sepia”, las historias que con la anterior conforman una trilogía
familiar, sirvieron para confirmar a la autora como una de las que más me han
hecho disfrutar en mis horas de lectura. Después de estas novelas pasaron por
mis manos “Paula”, la historia
que escribió a su hija mientras velaba la estancia de esta en el hospital y su
posterior fallecimiento, personal, sensible y conmovedora hasta las lágrimas. La
trilogía de “La ciudad de las bestias”
acompañó mi salto a la adolescencia y me dejó lecciones memorables sobre la
vida. “El Zorro” fue una
ruptura con esta línea de historias familiares y sagas generacionales. En esa
ocasión nos acercaba a la leyenda del legendario personaje de California. Es
una novela entretenida, pero carece de ese toque tan especial y único que
plagan las otras novelas, repletas de encanto y escenas inverosímiles
atribuidas al dominio del realismo mágico de la autora. “La isla bajo el mar” fue una agradable sorpresa, ya que en
sus páginas volví a encontrar lo mejor de la autora, en una historia de amor,
esclavismo y lucha por la libertad ambientada en las plantaciones de Haití en
el siglo XVIII. Hace un par de años, Isabel Allende nos sorprendió con una
novela muy inesperada dada su currículum, “El
cuaderno de Maya”, en el que relata la endeble supervivencia de una
adolescente bulímica, con problemas de adicciones y de relaciones personales.
Se trata de una historia dura, con pasajes difíciles de soportar, tal es su
realismo, muy alejada de lo que hasta entonces nos tenía tan bien
acostumbrados. En esta ocasión, hablaremos de su última novela, “El juego de Ripper”, publicada en
España por Plaza Janés a principios de este año.
En
cierta forma este relato continúa la tendencia de la autora en los últimos años
a explorar nuevos géneros literarios. Nos encontramos ante una novela negra,
que, al parecer, tenía intención de escribir en cooperación con su marido,
William Gordon, un escritor de novela policial de cierto prestigio en Estados
Unidos. Finalmente cada uno hizo su propio trabajo por separado, pues la
incompatibilidad profesional parecía poner en juego su divorcio, como ella
misma declaró entre risas en una entrevista reciente.
El
juego de Ripper, que otorga título a la historia, es un juego de rol de formato
digital en el que cada participante engendra un personaje al que dirige,
ajustándose a las características físicas y la personalidad con las que lo
diseña. El objetivo del juego, al menos en la novela, es investigar los
crímenes cometidos por el famoso asesino de Londres Jack el Destripador y
descubrir su identidad. Los participantes desarrollan toda una investigación,
analizando las pruebas de las que disponen y cooperando unos con otros. En este
juego participa Amanda Martín, una adolescente de San Francisco, junto con su
abuelo, un muchacho parapléjico de Nueva Zelanda, una chica anoréxica de
Montreal, un adolescente tímido encerrado en su cuarto en Nueva Jersey y un
inteligente joven residente en Nevada. Amanda, la maestra del juego, plantea a
sus compañeros un reto diferente: investigar el asesinato de un guardia de
seguridad en un colegio de su ciudad. El asunto deja de ser un juego de niños
cuando tienen lugar sucesivos asesinatos, todos cometidos de una forma poco
usual y sin que el asesino haya dejado ni una sola huella de su paso. Amanda y
sus amigos sospechan que un asesino en serie anda suelto por San Francisco.
El
personaje de Amanda Martín tiene un regusto a Isabel Allende que es patente
desde el principio. Una chica diferente a las demás jóvenes de su edad, tímida,
excepcionalmente inteligente, as del ajedrez, extravagante y con claustrofobia,
con un toque de heroísmo que siempre empapa a sus protagonistas femeninas. Su
abuelo, Blake Jackson, también es hijo de su autora. En él encontramos al
hombre bueno, sensible, desvivido por su nieta que suele aparecer en todas las
novelas de la autora bajo diferentes formas.
Prácticamente
todos los personajes de la novela están ahí por una razón; desempeñan un papel
insustituible en algún momento de la historia. En pocas palabras, nadie sobra;
la historia los necesita. Este hecho me parece muy de agradecer, ya que suele
ocurrir que en las novelas, y especialmente en las policiales, donde hay un
desfile interminable de sospechosos, testigos y amigos de la víctima, hay tal
exceso de personas que acabamos por mezclarlos a todos y es difícil recordar
qué aportaba cada uno, si es que lo hacía. En el caso de “El juego de Ripper” el número de personajes es adecuado y
están muy bien definidos, lo cual constituye una aportación de ligereza y ritmo
a la historia, ya que nos ahorra la pertinente descripción de cada uno de
ellos.
La
historia está contada en tercera persona, un recurso que a mí me parece muy
acertado en las novelas negras, ya que cuando es un personaje el narrador, es
él, con su particular visión y experiencias, el centro de atención del lector,
en lugar del relato, que queda un poco al margen.
La
autora no ha conseguido deshacerse del realismo mágico que caracteriza sus
novelas. Hay una astróloga, que realiza una predicción bastante ajustada a la
realidad; una abuela que reconoce el sexo de Amanda solo con ver a su madre
embarazada; una muchacha anoréxica que se mueve entre la vida y la muerte y que
se conecta telepáticamente con éxito en muchas ocasiones. En fin, detalles y
sucesos que solo una autora como ella puede incluir sin que parezcan locuras.
Si
tuviese que señalar algún defecto, bajo mi punto de vista, en ocasiones el
relato se desvía del tema. Cuando estamos dando algún paso en la investigación,
esta se ve interrumpida por un par de páginas sobre el pasado o la vida
presente de alguno de los protagonistas. Pese a que es una novela sobre una
serie de asesinatos, el relato está muy salpicado de la vida personal de
ciertos personajes, en mi opinión en excesivas ocasiones. Por ejemplo, las
expectativas de Amanda para la universidad, la situación amorosa de sus padres
o el trauma de su amigo navy seal
Ryan Miller. De esta forma, aunque podemos alabar que haya un número reducido
de personajes, el hecho de que se nos proporcione tanta información sobre ellos
desvirtúa en cierta forma la historia, y genera la sensación de que estamos
leyendo dos novelas simultáneamente: una estrictamente del género negro,
centrada en los asesinatos y los progresos de Ripper y la policía; y otra en la
que se nos cuentan las ideas y venidas amorosas, profesionales y morales de los
protagonistas. Esto no ocurría, por ejemplo, en “The cuckoo´s calling”, que revisamos hace unas semanas. En
aquella novela de J.K. Rowling la autora ofrecía pinceladas de la vida personal
de sus dos principales protagonistas, Cormoran Strike y su ayudante Robin, lo
cual enriquece el relato y no lo hace monótono, pero no dejaba de ser una
novela policial en el que esa cuestión quedaba en un segundo plano. Sin
embargo, en la novela de Isabel Allende este recurso ha sido demasiado
explotado y acaba siendo cansino. Imagino que la autora ha empleado este truco
con el objetivo de mantener el interés del lector y desvelar las claves de la
historia con cuentagotas, para que la atención y las ganas de seguir leyendo no
decaigan. Esta característica puede ser del agrado de los lectores que busquen
un relato negro más bien ligero, en el que la vida de los protagonistas “buenos”
también ocupe un espacio.
En
general la novela resulta entretenida y me ha gustado mucho más que “El cuaderno de Maya”, que carecía
de emoción y terminaba siendo aburrida. El personaje del villano resulta
original y sorprendente, y la trama policial mantiene la tensión durante todo
el relato. Para ser su primera novela policial, el resultado ha sido bastante
solvente. Pero sigo prefiriendo el estilo de “La casa de los espíritus”.
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