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lunes, 20 de julio de 2015

"El umbral de la eternidad", Ken Follett







“-¿Por qué llora el abuelo? –preguntó Marga.
Maria sabía por qué. Lloraba por Bobby y por Martin y por Jack. Por cuatro niñas de una escuela dominical. Por Medgar Evers. Por quienes habían luchado por la libertad, vivos y muertos.
-¿Por qué? –repitió Marga.
-Cariño, es una larga historia –contestó Maria.”


Y tanto, quisiera responderle yo. Así finalizó Ken Follett, quien no necesita presentación, “El umbral de la eternidad”, un relato de nada más y nada menos que 1.148 páginas por las que no siempre resulta fácil transitar. Y tantas cosas se han quedado fuera de esta historia que es casi una recopilación de los más influyentes hechos que tuvieron lugar entre 1961 y 1989. Y, desde el punto de vista literario, el “hasta siempre” a cinco familias de ficción cuyos antepasados, aquellos a quienes el destino puso a vivir la primera década del siglo XX, capturaron a miles de lectores en “La caída de los gigantes”. 



Permítanme, nada más empezar, un momento de recogimiento por aquellos grandes personajes, que me enamoraron con sus fascinantes vidas, sus irrepetibles personalidades y una imparable fuerza de espíritu y carácter. Iconos, auténticos ídolos para mí, que me inspiran cada vez que vuelven a mi cabeza. Personajes inventados que seguro existieron con otras identidades. La audaz Maud y el inteligente Walter, y su apasionada historia de amor. La valiente y luchadora Ethel. El apuesto e inamovible Fitz, con todos sus defectos. El revolucionario Grigori. El trabajador Gus. Y porque los aprecio como si realmente los hubiese conocido, sus inevitables muertes resultaron muy dolorosas. Solo las de algunos de ellos son mencionadas en el libro y fueron para mí la despedida más triste durante esta lectura. Su impronta siempre permanecerá.

“-Lamento enterarme de que has estado enferma, querida mía –comentó Fitz con evidente aprecio.
-No pienso andarme con rodeos contigo –dijo Ethel-. No me queda mucho, es probable que no volvamos a vernos.
-Una tristísima noticia.
Para sorpresa de Dave, las lágrimas resbalaron por el rostro arrugado del anciano conde, que extrajo un enorme pañuelo blanco de su bolsillo superior para secarse los ojos. Fue entonces cuando Dave recordó que en la anterior ocasión en que había presenciado un encuentro similar, le había sorprendido la corriente soterrada de emoción intensa y casi incontrolable que había percibido entre ambos.
-Me alegro de haberte conocido, Fitz –dijo Ethel. El tono que empleó insinuaba que tal vez él tuviera motivos para pensar lo contrario.
-¿En serio? –contestó Fitz, y para asombro de Dave, añadió-: Nunca he querido a nadie como te he querido a ti.
-Yo tampoco –confesó ella, redoblando la estupefacción de su nieto-. Ahora que mi querido Bernie ya no está, puedo decirlo. Él fue mi alma gemela, pero tú fuiste algo más.”

“-No he visto a mi hermana ni hablado con ella desde 1919 –explicó el conde-. Estaba enfadado con ella por haberse casado sin mi permiso, y con un alemán, además, y pasé casi cincuenta años sin hablarle. –Su rostro ajado y desvaído reflejaba una profunda tristeza-. Ahora es demasiado tarde para perdonarla. ¡Qué tonto he sido! –Miró directamente a Lloyd-. Un tonto con eso y con otras cosas.”

“Grigori Peshkov se moría. El viejo guerrero tenía ochenta y siete años, y su corazón empezaba a fallar.”

Y dicho esto, entremos en materia. La última entrega de “The Century” pretende facilitar la lectura y que no nos perdamos en el tiempo a través de una división en diez partes, epílogo aparte. Cada parte se presenta con una sola palabra y los años en los que transcurre la narración que le sigue hasta la siguiente. El autor emplea palabras clave, haciendo referencia al acontecimiento más trascendental de cada fragmento: “Muro” (construcción del Muro de Berlín), “Escuchas” (espionaje al que se sometió a Martin Luther King), “Isla” (los acontecimientos en Cuba que desencadenaron la crisis de los misiles), “Fusil” (la violenta escapatoria de un alemán de la parte oriental), “Canción” (los primeros pasos hacia el éxito de un grupo de pop-rock), “Flor” (la Primavera de Praga de 1968), “Cintas” (el escándalo Watergate que desencadenó la dimisión de Nixon), “Astillero” (el auge del movimiento sindical en Polonia), “Bomba” (la bomba en Beirut organizada por la CIA y el gobierno estadounidense) y “Muro” (caída del Muro de Berlín).
Esta estructuración me ha parecido no solo correcta sino original, por la intencionalidad (y el acierto, casi siempre) con la que el autor trata de destacar una palabra que vincule fácilmente a nuestra memoria los hechos narrados. Una tarea nada fácil, por otra parte, pues con esta historia queda patente el frenesí de acontecimientos políticos y sociales que tuvieron lugar en el mundo occidental en tan solo 30 años.

En ese sentido, mi impresión de los personajes, la tercera generación de las cinco familias originales, es que sirven casi en exclusiva como instrumentos para, precisamente, narrar la Historia de aquellos años. Lo que viene sucediendo en las páginas de la novela carece de sorpresa, pues son hechos conocidos por todos, dada su relevancia histórica, y algunos de los cuales ya hemos mencionado: el muro de Berlín, la Guerra Fría y las crisis nucleares, el movimiento de los derechos civiles con Martin Luther King a la cabeza, el asesinato de John Kennedy (y, posteriormente, de King y de su hermano Bobby Kennedy), el progresivo colapso de la URSS, la irrupción de la música pop y rock, las drogas y la cultura hippy. Los protagonistas del relato han sido cuidadosamente caracterizados, para empezar en lo que concierne a sus profesiones, para proporcionarnos una narración de primera mano, dada por los que pudieron haber sido plenos testigos y participantes de todos estos hechos: políticos, periodistas y artistas, particularmente cantantes de pop y una actriz. Cada uno sirve como vehículo para narrar un aspecto concreto de aquellos años, a través de sus voces:
-el político nos acerca a las luchas de poder entre las superpotencias, entre candidatos a dirigentes y entre gobernantes y la ciudadanía. El hecho de que uno de estos políticos sea negro no es fortuito, sino que lo coloca cerca de las esferas del poder precisamente para contar la lucha por los derechos civiles desde el lado de los luchadores, para hacernos partícipes de sus sacrificios y su sufrimiento, y de todo el empeño que debieron poner en ello, desde los Viajeros por la Libertad, hasta la protesta no violenta, pasando por los golpes, literales, que tuvieron que padecer en el camino. 

“-Nuestro principal escollo en el camino hacia la libertad no es el Consejo de Ciudadanos Blancos ni el Ku Klux Klan, sino el blanco moderado, mucho más inclinado al orden que a la justicia; el que dice una y otra vez, al igual que Bobby Kennedy: “Estoy de acuerdo con el objetivo que persigue, pero no puedo aprobar sus métodos”. Movido por su paternalismo, cree que puede establecer el calendario para la libertad de otro hombre.
En ese momento George se sintió profundamente avergonzado, puesto que al fin y al cabo él era el mensajero de Bobby.
-Los miembros de esta generación tendremos que lamentarnos no solo por las palabras y los actos odiosos de las malas personas, sino por los clamorosos silencios de las buenas –señaló King, y George tuvo que luchar para contener las lágrimas-. Siempre es el momento propicio para hacer lo correcto. Pero corra el juicio como las aguas y la justicia como arroyo impetuoso, dijo el profeta Amós. Dígaselo a Bobby Kennedy, George.”

-el periodista nos guía a través de la lucha por la libertad de prensa y de expresión en los países en los que no existe, básicamente el bloque soviético, con consecuencias fatales para la salud democrática de esas sociedades.  

“Mientras salía del piso, Tania se sorprendió preguntándose en qué se habían equivocado los bolcheviques, en qué momento el idealismo y la energía del abuelo Grigori se habían pervertido y transformado en tiranía. Se encaminó a la parada de autobús para acudir a su cita con Vasili. Durante el trayecto, pensando en los primeros años de la Revolución rusa, se preguntó si la decisión de Lenin de cerrar todos los periódicos excepto los bolcheviques habría sido un error clave, puesto que había significado que desde el mismo comienzo no pudieran circular ideas alternativas y nunca se cuestionara el conocimiento convencional. Gorbachov, en Stávropol, era una excepción, ya que había tenido la oportunidad de probar algo diferente. A las personas así por lo general se las anulaba. Tania era periodista y se sentía egocéntrica al sobrevalorar la importancia de una prensa libre, pero le parecía que la ausencia de periódicos facilitaba la aparición de otras formas de opresión.”

En los países en los que sí está garantizada la libertad de prensa nos acercamos al periodismo de investigación más genuino, que se sirve de filtraciones y chivatazos para servir de contrapunto a los poderes del Estado. 




-el artista nos permite observar el nacimiento de una nueva cultura musical que se convierte en un
arma de protesta y en un signo de identidad para esas generaciones, como no lo fue para ninguna de las anteriores, y tal como se describe con gran acierto en uno de los pasajes del libro.

 “Los padres de Lili pensaban que la música era algo frívolo. Para ellos lo único serio era la política. Sin embargo, no alcanzaban a entender que, para Lili y su generación, la música era política, incluso cuando las canciones hablaban de amor. Los nuevos estilos de guitarra y de canto estaban íntimamente relacionados con llevar el pelo largo y vestir de una forma distinta, con la tolerancia racial y la libertad sexual. Las canciones de los Beatles o de Bob Dylan le decían a la generación anterior: “No hacemos las cosas a vuestra manera”. Para los adolescentes de la Alemania Oriental, aquello era un mensaje eminentemente político, cosa que el gobierno sabía y era la razón por la que prohibía los discos.”

Ahora bien, desde un punto de vista más personal, más intrínseco, los personajes carecen del atractivo, la fuerza y la personalidad de los que gozaban sus antecesores. Semejan ser nada más que títeres de los que el autor se sirve para contar la Historia, cumpliendo la función de prototipos representantes de los colectivos que con mayor intensidad contribuyeron a los enormes cambios que se fueron produciendo durante aquellos años. Pero, de nuevo, sus vidas personales no consiguen seducir ni interesar en casi ningún momento del relato.

Aparte de esto, algo que llama poderosamente mi atención entre la caracterización de los personajes es la mala suerte de las protagonistas femeninas en el plano amoroso. Nos encontramos en la época de la liberalización sexual, y los personajes masculinos son plenos beneficiarios de esa nueva corriente. Sin embargo, muchas de las mujeres que aparecen no solo no parecen gozar tanto de la nueva moda (de algunas de ellas ni siquiera sabemos mucho sobre este aspecto de su vida), sino que parecen irremediablemente condenadas a permanecer solas, en contra de sus deseos. Es curioso que todas las mujeres protagonistas hayan sufrido desengaños graves, abandonos o pérdidas prematuras de su compañero de vida. Una coincidencia a la que no le encuentro explicación en el relato, si es que la tiene.

En cuanto a los personajes reales, por las páginas no hace más que desfilar una lista interminable de hombres ilustres, que pasaron a la Historia por los cargos que ocuparon y las maravillas o atrocidades que cometieron, según el caso. Indiscutiblemente, se trata de un momento de la Historia plagado de grandes nombres, como son los hermanos Kennedy, Martin Luther King o Mijail Gorbachov. La historia personal de los primeros resulta escalofriante, pues, tristemente, acabaron alcanzando celebridad no solo por sus logros como políticos o ídolos sociales sino por la repercusión y el impacto de sus asesinatos. Se trató de un momento tremendamente convulso en la historia de los Estados Unidos y que debió de haber impactado de manera memorable en el ánimo de la población y especialmente en aquellos colectivos que habían depositado en ellos sus mayores esperanzas de cambio y progreso, que veían cómo los líderes llamados a construir el futuro eran eliminados de uno en uno.

“De pronto, en un relámpago de terror, George vio una pistola en la mano del joven.
Era un pequeño revólver negro de cañón corto.
El hombre apuntó con la pistola a la cabeza de Bobby.
George abrió la cabeza para gritar, pero el disparo resonó primero.
La pequeña arma emitió un ruido más parecido al corcho de una botella al abrirse que a un estallido.
Bobby se llevó las manos a la cara, se tambaleó hacia atrás y luego cayó al suelo de cemento.
-¡No! ¡No! –gritó George.
Aquello no podía estar sucediendo… ¡No podía estar sucediendo otra vez!”.

 



Pero no cabe duda de que el personaje fundamental de la novela es la Libertad: de prensa, de pensamiento, de religión, de ideología, de movimiento, de expresión. La libertad para los negros en Estados Unidos. La libertad para los habitantes de la URSS. La libertad para los hippies. La libertad como un sueño que pasa a ser realidad con esfuerzo, superación y un incasable trabajo de la humanidad a lo largo de los años. El anhelo de libertad es lo que más se refleja en las páginas de este relato. 

En cuanto a los aspectos técnicos, la novela resulta, como ya he comentado, infructuosamente larga. La Historia es densa, y cuánto, y no son pocos los momentos ni los lugares que abarca el relato. La narración intenta ser fluida, pero en muchos casos me vi sumida en el aburrimiento y la monotonía, sobre todo cuando viajamos a la política de la URSS, que es tediosa e inútil en la mayoría de los casos. El hecho de que los personajes no me hayan transmitido nada como personas ha agudizado la sensación de vacío que sentía en muchos momentos. Y todo ello aderezado con repeticiones y excesivos formalismos, que me hizo cuestionarme la rigurosidad de la traducción. No es habitual encontrarse expresiones como “la despidió con un gesto de la mano” dos veces en la misma página, entre otras meteduras de pata.

Tuve el gusto de ver a Ken Follett en persona el día de Sant Jordi y conseguir un ejemplar de esta novela firmado por él. Estaba expectante y deseosa de sumergirme en la novela y disfrutar de ella, como he podido hacer con todas sus otras obras. Las impresiones personales que he ido desgranando han edulcorado bastante la lectura y, en conjunto, me ha parecido una decepcionante despedida de una trilogía que tantos buenos momentos me hizo pasar. 

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