J.K. Rowling marcó un punto de inflexión en mi vida como
lectora el día en que me tropecé con un librito desconocido para la mayoría del
público en aquel momento y que llevaba un curioso título en la portada, con una
palabra tan extraña como “filosofal”, encima de un chico con gafas montado en una
escoba. El fenómeno mundial Harry Potter todavía iba a explotar, pero en mí ya
había dejado una huella imborrable y duradera. Así que cuando supe que J.K.
Rowling había publicado una novela de adultos, mi expectación fue máxima. La
dueña del cerebro del que había salido la inimitable historia del niño mago se
merecía toda mi atención. Y ha sido en estos últimos dos meses cuando he podido
dedicarle mi tiempo libre a su obra.
La experiencia ha sido particularmente desafiante, ya que
decidí leer el libro en versión original. Y lo cierto es que ha resultado muy
instructivo: una vez que una se adapta al ritmo de un inglés que va desde su
vertiente más formal en la boca de abogados y concejales hasta el lenguaje
chapucero de los adolescentes, la lectura resulta fluida y muy interesante,
pues es una ventana privilegiada a la auténtica forma de expresión de las
personas corrientes, que no siguen las estrictas normas gramaticales de los
manuales de texto, como sucede en cualquier coloquio en todo el mundo. Para el
que quiera practicar la lectura en este idioma, siempre que tenga unos
conocimientos intermedio-avanzados de la lengua, es un libro ameno y lleno de
expresiones populares para aprender.
La historia no podría estar más alejada del mundo mágico de
Harry Potter. En este caso nos enfrentamos a la más cruda realidad de un
pequeño pueblo inglés y las inestables vidas personales de varios de sus
habitantes. La autora nos sitúa en Pagford, un pueblo que aparentemente solo
existe en nuestra imaginación, de tamaño medio y bastante tranquilo,
directamente aburrido para los más jóvenes. La monotonía del municipio se rompe
con la súbita muerte de uno de los concejales más populares y más queridos,
Barry Fairbrother, que fallece repentinamente en el aniversario de su boda
víctima de un aneurisma. El fallecimiento del concejal deja “una vacante
imprevista”, dando origen de esa manera al título de la novela. Pero Barry
Fairbrother no era una figura cualquiera en el ayuntamiento de Pagford. Parece
ser que el pueblo arrastra desde unas cuantas décadas una cruzada muy
particular: deshacerse de un barrio conocido como “The Fields”, que acabó
formando parte de Pagford y, por lo tanto, siendo su responsabilidad, por
accidente. El problema en concreto reside en el hecho de “The Fields” está
compuesto principalmente por viviendas de protección oficial cuyos residentes
padecen graves problemas: las drogas campan a sus anchas, el desempleo es
masivo y los problemas familiares lo convierten en una de las principales zonas
de acción para los trabajadores sociales. Para intentar solucionar los
problemas del barrio (que, en última instancia, todos tienen como origen los
problemas con las drogas de la mayoría de sus habitantes) se habilita un centro
de desintoxicación, y los niños de “The Fields” acuden al colegio de Pagford
con los demás pequeños, para favorecer una educación equitativa, su integración
y facilitarles así una salida alternativa al ambiente en el que están
acostumbrados a vivir. Sin embargo, las políticas parecen ser insuficientes y
los problemas de “The Fields” se mantienen a lo largo de los años y de las
generaciones sin que se atisbe la luz al final del túnel. El barrio mantiene
divididos a los habitantes de Pagford, entre los que quieren desentenderse de
él y conseguir que sea la ciudad de Yarvil la que pase a ocuparse de sus
asuntos, y los que creen necesario seguir ayudando a los habitantes de “The
Fields” para ofrecerles una mejor oportunidad y romper su mala racha. Barry
Fairbrother jugaba una pieza fundamental en el ayuntamiento: sus orígenes
residían en “The Fields”, pero era la prueba de que con las oportunidades
adecuadas se podía salir de un entorno de pobreza y delincuencia, pues había obtenido estudios
universitarios y tenido una vida normal y satisfactoria. Con este irrefutable
argumento, se erigía como un bastión fundamental a favor de la ayuda a “The
Fields” y sus habitantes. Cuando muere, con él desaparece el principal defensor
de los intereses de este barrio. De esa forma, la sección más contraria a él,
liderada por el “ejemplar” ciudadano Howard Mollison, ve en su muerte la
largamente ansiada oportunidad de pasarle el problema de “The Fields” a otros.
Se convocarán elecciones para ocupar el puesto dejado por Barry, con lo que se
inicia una lucha entre los dos bandos por conseguirlo.
Rowling elabora un magnífico retrato de las vidas de las
personas y familias a las que la muerte de Barry afecta de una forma especial,
a través de diferentes vías. Y este retrato le sirve para mostrar el interés
particular de cada uno de ellos en el asunto de “The Fields” y con él demostrar
que la hipocresía y el egoísmo dominan en todas las relaciones. El mensaje que
cala es que todos, salvo probablemente el desaparecido Barry, actúa siguiendo
únicamente su propio interés, aunque consiga disfrazarlo bajo la apariencia de
interés común.
A lo largo de las páginas, la autora ofrece una descripción
descarnada y ausente de tabúes de los problemas que sufren los habitantes de “The
Fields”: drogas, paro, maltrato, delincuencia, abusos, etc. Frente a esta
realidad, la configuración ideal del Pagford más tradicional: casas decentes,
gente trabajadora, vecinos implicados en los problemas de los demás, éxitos
académicos, etc. Rowling nos advierte de esta forma que la aparente armonía que
impera en muchos municipios y condados del país no es del todo fiel a la
realidad que viven los diferentes ciudadanos; que a pesar de lo que pueda
parecer, la paz social en muchos casos pende de un hilo, y que no se puede
ignorar este hecho; que los problemas sociales no desaparecen solo con
ignorarlos, y que la vida de mucha gente depende de las decisiones que las
autoridades tomen a ese respecto. Frente a la frialdad de la política local,
Barry representaba el interés más genuino por las personas afectadas por el
ambiente de “The Fields”. Así pues, la lucha por el puesto de Barry constituye
un auténtico pulso entre los que quieren un pueblo bonito y los que quieren (o
fingen que lo quieren) un pueblo justo para todos.
El estilo que emplea Rowling es ágil y directo. La lectura
es amena buena parte del libro, si bien hay pasajes un poco más monótonos en el
que el interés realmente llega a decaer. En general, la historia es entretenida
y muy crítica con sus personajes, que representan a todas las esferas sociales.
Creo que es una historia diferente, y que no decepciona. Tiene giros
sorprendentes y el final es realmente incisivo, el broche perfecto para un
relato de tiras y aflojas entre las facciones del pueblo. El libro comienza con
una desgracia y termina con otra; la primera, inevitable y de la que nadie es
responsable; la segunda, evitable, consecuencia de la primera y de la que casi
todos los personajes que intervienen en la historia tienen su parte de
responsabilidad, aunque todos quieran exonerarse. Un resultado muy triste que
muestra los efectos del lado menos empático y solidario del ser humano.
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