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miércoles, 2 de septiembre de 2015

"Un jardín al norte", Boris Izaguirre



A quienes hayan leído “El tiempo entre costuras”, de María Dueñas, les sonará una tal Rosalind Fox: una mujer chic, cosmopolita y moderna, además de inglesa, que ejercía el papel de fabulosa clienta de la modista Sira Quiroga en Tánger (esto, producto de la ficción de la autora) y de amante del ministro de Exteriores del gobierno franquista, Juan Luis Beigbeder. En esta historia cumplía un papel secundario, que aportaba glamour a las aventuras de la costurera. En su última novela, Boris Izaguirre recorre su vida para hacerla protagonista.



Solo había leído una novela de Izaguirre con anterioridad, y no fue otra que “Villa Diamante”, publicada como galardón por ser finalista del Premio Planeta en el año 2007. Recuerdo que aquella lectura me pareció algo tediosa y que no siempre lograba entender el devenir de los sucesos narrados. Me dejó un sabor de boca bastante indiferente, ni especialmente memorable ni completamente desechable (lo cual en mi opinión es aún peor que sentir alguna de las dos cosas). El diciembre pasado tuve la ocasión de compartir un encuentro con Boris Izaguirre con motivo de una firma de libros, durante la campaña de promoción de su libro. Ver en persona a alguien dedicado a las letras siempre me parece interesante y una buena distracción (al menos rompe en parte la monotonía). Una vez allí, me sentí obligada a adquirir la novela, la verdad, porque otra cosa habría sido un poco triste. Y así fue cómo contacté con esta historia. Lo que siguió fue menos emocionante.

No tuve la oportunidad de comenzar el libro hasta este verano, hará cosa de un mes, después de acabar (por los pelos) la última historia de Ken Follett (ver la reseña aquí). Lamento tener que decir que “Un jardín al norte” no ha resultado ser una lectura agradable. Soy de las que piensan que el efecto que cada historia produce en nosotros depende en gran medida del momento en que la leemos. Nunca sabré hasta qué punto el hecho de encontrarme en una etapa mejorable de mi vida ha influido en las emociones que he obtenido de esta lectura. Emociones que han sido escasas y de muy poco impacto.

Hablemos, para comenzar, de la incuestionable protagonista de la historia, la ya mencionada Rosalind Fox. Se trata de un personaje histórico real, una mujer inglesa nacida en 1915, procedente de un pueblecito menor de Inglaterra llamado Twickenhamshire. Nacida en el seno de una familia vulgar, bastante pobre, compuesta por una madre que considera cumplido su papel materno si consigue alimentar a su hija y un padre con ínfulas de emprendedor que es aún más fracasado que su esposa. Nada en los inicios de la vida de Rosalind promete un futuro especialmente diferente al de cualquier otra niña de su misma condición. Durante la guerra, su padre consigue labrarse algo de reconocimiento receptando y descifrando telegramas de las filas alemanas, hasta el punto de ser recompensado por su labor con un puesto en la embajada británica de la India. Esa novedad será el punto de inflexión en la vida de la pequeña Rosalind, que, a partir de entonces, avanzará perdiendo progresivamente toda la ordinariez que su origen presagiaba. Con la marcha de sus padres ingresa en un internado, el Saint Mary Rose, hasta que al cumplir los doce años su padre, renacido de sus cenizas como un diplomático exitoso y seguro de sí mismo, aparece para llevarla junto a él, que reside en Calcuta. Aunque se presenta y responde al apelativo de “embajador”, no es tal cosa, y no tardamos en intuir que Ronald Knowles Fox ejerce como alguna suerte de espía al servicio del gobierno británico en su otrora exuberante colonia. Un personaje misterioso irrumpe en la vida de Rosalind Fox, bajo el nombre de Mr. Higgs. Aunque pretende pasar por el mayordomo de un club masculino en Londres, no tarda en hacerse evidente que no es sino compañero (sino superior) del padre de Rosalind. De esta forma y sin que quede del todo claro si ha sido intencionado o accidental, Rosalind entra a formar parte de ese complicado e ingrato mundo del espionaje. Rosalind Fox se revela como una niña precoz, sumamente sensible e inteligente, especialmente a la hora de intuir las emociones humanas, que se ve en parte seducida y en parte recelosa de la profesión de espía. Sin embargo, en un primer momento, su espíritu aventurero y curioso acaba inclinando la balanza a favor de un comportamiento y una personalidad que parecen idóneos para el espionaje. Se convierte, así, en un prometedor fichaje para el equipo liderado por, cómo no, el inclasificable Mr. Higgs.

Una de las primeras y más inmediatas consecuencias de la incorporación de Rosalind a la profesión es que su vida deja de ser completamente suya, para estar al servicio de los intereses de su país. En repetidas ocasiones ella lamenta esta realidad, anticipando que, como hasta ese momento, ninguna de las cosas que llegue a poseer o las casas en las que habite serán de su propiedad. Siente que todo lo que la hace ser ella es prestado. De esta forma, lo que en un principio se alumbraba como una vida repleta de aventuras y emociones se torna una prisión para Rosalind que, sin llegar a cumplir los veinte años, se ve incapaz de cambiar su situación.

Es innegable que la trayectoria vital de Rosalind Fox fue, como mínimo, sorprendente y original. Se casa jovencísima, incluso para la época, y no tarda en ser madre con una edad a la que, en la mayoría de las veces, las personas no saben ni cuidar de sí mismas. El marido, un joven en principio cargado de virtudes y promesas, acaba siendo un vividor que ignora a su mujer, en el mejor de los casos, o la culpabiliza por todos los males del mundo, en el peor. Es importante mencionar que él también formaba parte del equipo espía. De nuevo, la vida de Rosalind sufre un revés. Llega a parecer que la peor de las suertes la perseguirá para siempre. Con apenas dieciocho años se encuentra con un hijo pequeño, un marido enfermo por los vicios y atacada por una misteriosa enfermedad que la sacará de Calcuta en el intento de buscar su recuperación en un centro médico de Suiza.

Termina así la primera parte de la vida de Rosalind, la vivida en la India. El autor describe con bastante acierto la exuberancia de colores, olores, animales, sonidos y sensaciones que todos ligamos con este país. De igual forma, trata de hacernos partícipe de la decadencia de la ciudad y de la nueva etapa que se estaba desencadenando a raíz del encrudecimiento de las protestas contra el dominio británico. En todo momento somos testigos de los acontecimientos a través de los ojos de Rosalind, que es una persona liberal y comprensiva, pero inglesa al fin y al cabo. Eso explicaría la extraña neutralidad, salpicada de cierta compasión, que parece exhibir ante la determinación de la India de alzarse como una nación independiente. Llega a hacer pensar que el dolor que a veces siente por la violencia de la situación se debe más a la privación del disfrute de la belleza del país (en una casa palaciega rodeada de servidumbre y distracciones) que a la situación de sus habitantes. Lo cual tampoco es extraño viniendo de donde viene.

La segunda gran aventura de Rosalind Fox se inicia tras su recuperación en Suiza. La influencia de Mr. Higgs es larga, dado el respeto y cariño que ella llega a sentir por este hombre (en mi opinión, no del todo motivada a lo largo de la historia). Este consigue reclutar a Rosalind en una misión, que tendrá diversas fases y la hará recorrer muy diversos países. Nos encontramos a principios de la década de los años 30, en un momento en que el fascismo empieza a tomar forma en Europa. Rosalind se dedicará a obtener información sobre los intereses y motivaciones de los nacionales alemanes y españoles. La indagación comienza en Lisboa, pasando por Estoril y acabando en Tánger (donde, supuestamente, se encontrará con una joven llamada Sira Quiroga; pero esa es otra historia). Es en un viaje a Berlín cuando conoce a Juan Luis Beigbeder, un encuentro que la cambiará para siempre. Y con ella cambia definitivamente la opinión de esta lectora sobre esta mujer. Rosalind Fox se enamora perdida e inexplicablemente de un hombre con tan solo intercambiar un par de frases con él. Un hombre que, además, es un paladín del sector de la sociedad y ejército españoles que tratan de atentar contra el, legítimo, gobierno republicano, con todo lo que ello implica, desde un punto de vista ideológico, ético y moral. Por decirlo en pocas palabras: la indómita, aventurera y liberal Rosalind acaba bebiendo los vientos por un aspirante a fascista. Lo que podría llegar a configurarse como algo insólito e intrigante resulta para mí más que nada incomprensible.

El resto de la novela no hace sino explorar ese amor llamado al fracaso, dado que ambos implicados están casados. El autor lo eleva a la categoría de “faro de esperanza” en medio del horror causado primero por la Guerra Civil española (de la que Beigbeder, no lo olvidemos, es pleno partícipe y desencadenante) y a continuación por la Segunda Guerra Mundial. La narración del indecible sufrimiento padecido por esta pareja para mantener viva la llama de su amor durante ambas contiendas, a pesar de los diferentes intereses de sus países, sus propias ideologías y lealtades, acaba pareciendo un intento por incluir su historia en la categoría de épica cuando, bajo mi punto de vista, no es el caso, si lo que se nos ha narrado en el libro es cierto. No es menos cierto que la vida de Rosalind Fox estuvo cargada de sufrimiento, causado por la pérdida de libertad y autodeterminación, además de un amor fracasado, pero jamás sufrió el bombardeo inclemente de las fuerzas enemigas, ni el hambre, ni la desesperación. Más bien al contrario. Su hijo y ella misma siempre estuvieron bien mantenidos, alejados de los horrores de las guerras. Durante su estancia en Tánger sufre por el encargo de sus superiores de espiar al que califica como el amor de su vida, pero sus mayores padecimientos se limitan a eso. Mientras España moría de hambre, ella se dedica a adornar y hacer placentera la estancia de los diplomáticos en la embajada de Tánger, en muchos casos sin reparar en gastos ni excesos. Llegados a este punto, el personaje de Rosalind Fox me resultaba casi despreciable.

Sin embargo, nos encontramos, parece ser, ante una espía condecorada por el gobierno británico. Según se afirma en el libro, el mismísimo Churchill llegó a señalar que “la guerra hubiera sido muy diferente si Rosalind Fox no hubiera existido”. He tenido la suerte de no conocer los entresijos de la guerra en Europa de manera personal, lo cual me convierte en una fuente muy poco fiable, pero otros testimonios e historias ficticias inspiradas en hechos reales durante la contienda provocan que los méritos de Rosalind Fox, de ser los que se cuentan en el libro, me parecen de insuficiente mérito para recibir semejante halago. No digamos ya para escribir un libro sobre su vida. Su intervención en la confiscación de una gran cantidad de campanas, almacenadas en un recóndito pueblo andaluz con las fábricas de armas alemanas como destino, pareció ser de tal magnitud que convirtió su nombre en uno imprescindible en los anales del espionaje de la guerra. Sigo sin tener muy claro en qué consistió exactamente su aportación.

Por si la actitud para con las reclamaciones del pueblo indio no fuese suficientemente llamativa, todavía nos queda mencionar las observaciones que, de manera reiterada, realiza sobre la Guerra Civil española. En una ocasión, Rosalind compara esta con la Segunda Guerra Mundial, afirmando que “en Europa empezaban a escucharse ruidos de sables infinitamente más peligrosos que los cañones y fusilamientos de la Guerra Civil en España”. Sea de quien sea la autoría de la frase, no consigo vislumbrar el objetivo de la misma; desconozco qué parámetros han de usarse para juzgar qué guerra gana a las demás en horror y peligro. Además de esto, las referencias al gobierno franquista como un grupo de patriotas que no parecen haber cometido mayor pecado que ganar una guerra (que ellos mismos iniciaron) y cuya máxima prioridad es “levantar el país” me parecen, cuanto menos, inexactos y, además, desafortunados. Un juicio extraño y curioso en boca de Rosalind Fox. Por otra parte, el Madrid de la posguerra que ella describe está maltrecho, sí, pero no parece tener nada que ver con el infierno relatado por, por ejemplo, Almudena Grandes en la magnífica “Las tres bodas de Manolita” (ver reseña aquí). Casi parece que la documentación del autor sobre la época fue la justa para poder escribir la novela sin confundir detalles históricos. El repaso que realiza sobre las circunstancias históricas más concretas no contiene más detalle ni profundidad que el que se puede encontrar en el correspondiente capítulo de cualquier libro de Historia de bachillerato.

Para ir concluyendo, dos puntos fundamentales. El personaje principal de Rosalind Fox me parece una mujer anodina envuelta en unas circunstancias muy particulares y sin lugar a dudas difícilmente imitables. Pero son sus circunstancias, casi siempre impuestas por otros, lo que la hacen especial, y no sus propias decisiones. Su única aportación personal es enamorarse de Beigbeder, lo cual, para una servidora, no hace más que rematarla como alguien con las ideas muy poco claras. La historia en su conjunto, en consecuencia, me ha resultado francamente aburrida, insulsa y de muy poco interés. La tercera parte casi acaba con mi paciencia, y solo la fuerza de voluntad y mi resolución de no dejar un libro a medias me dieron el ánimo suficiente para acabar con una historia que se me venía haciendo inacabable desde la mitad. Un libro, en suma, de lo más prescindible.
  

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