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miércoles, 24 de julio de 2013

"La playa de los ahogados", Domingo Villar

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SINOPSIS:
Vuelve, en esta segunda y esperada entrega, el detective gallego de Ojos de agua (Siruela, 2006) Leo Caldas. Una mañana, el cadáver de un marinero es arrastrado por la marea hasta la orilla. Si no tuviese las manos atadas a la espalda, Justo Castelo sería otro de los hijos del mar que encontró su tumba entre las aguas mientras faenaba. Pero el océano nunca ha necesitado amarras para matar. Sin testigos ni rastro de le embarcación del fallecido, el lacónico inspector Leo Caldas se sumergirá en el ambiente marinero del pueblo, tratando de esclarecer el crimen entre hombres y mujeres que se resisten a desvelar sus sospechas y que, cuando se decidan a hablar, apuntarán en una dirección demasiado insólita. Un asunto inoportuno para Caldas, que atraviesa días difíciles: Alba ha vuelto a dar señales de vida, el único hermano de su padre está gravemente enfermo y su colaboración en el programa de radio se está volviendo insoportable. 

Domingo Villar es un autor vigués que nos ofrece el relato de las aventuras personales y profesionales de un inspector de la comisaría de Vigo, Leo Caldas. Esta es su segunda novela, después de la también exitosa “Ollos de auga”, protagonizada por el mismo personaje. En este caso, nos adentramos en la investigación que prosigue a la aparición del cadáver de un marinero en la playa de Panxón, que no habría trascendido de no ser porque sus manos aparecen atadas. Una vez descartada la posibilidad del suicidio o de un accidente laboral, el inspector Caldas y su ayudante Rafael Estévez, natural de Zaragoza, inician una carrera de fondo para encontrar las respuestas al por qué y el quién de la muerte del marinero.
Sin embargo, la novela nos ofrece no solo un seguimiento de la investigación dirigida por el inspector, sino que se ve aderezada con vivencias privadas de este, tales como su actitud respecto a la que parece ser una reciente ruptura sentimental o su relación con la enfermedad de su tío, ingresado en el hospital y al cuidado del padre del inspector. En ese sentido, Leo Caldas no figura únicamente como policía, sino que conocemos su carácter, sus emociones y su actitud ante los problemas que la vida presenta en general. Ciertamente, constituye un personaje entrañable, que cae bien por su honradez y su dedicación al trabajo y que despierta nuestra mejor simpatía por su torpeza a la hora de afrontar situaciones compartidas por el grueso de los mortales. Muestra tanta cercanía que cualquiera podría reconocer en él a un amigo o conocido. No es un héroe que persigue y castiga el crimen con ejemplaridad, sino un ciudadano corriente que desempeña bien su trabajo y que sufre y padece como los demás.
Igualmente atractivo es su compañero Rafael Estévez, el responsable de las escenas de mayor hilaridad a lo largo de la historia. Su carácter impulsivo y rudo llega a colmar la paciencia del inspector Caldas, que debe controlar a su ayudante para que no use las manos contra posibles sospechosos en más de una ocasión. Su incapacidad total para entender y adaptarse a la manera de ser gallega es sin duda lo más apreciado del personaje, ya que arranca al lector gallego una gran sonrisa al reconocer en sus observaciones como extranjero esos rasgos tan característicos de nuestra tierra: la capacidad para predecir los cambios de tiempo, la respuesta a una pregunta con otra pregunta, la ambigüedad de los testimonios o las opiniones, etc.
En lo que se refiere a la historia en sí misma, el autor es perfectamente capaz de mantenernos enganchados al libro durante horas, a la espera de avanzar junto a Caldas en la difícil investigación. Tras encontrar los primeros indicios que apuntan a un asesinato en toda regla, el inspector pronto se estanca en sus pesquisas, incapaz de encontrar una salida al punto muerto al que pronto llega. Tira de todos los pequeños hilos que puede y es concienzudo en sus avances, con la esperanza de encontrar un cabo al que aferrarse hasta llegar al final del asunto. Sufrimos con él cuando no aparecen pistas de ninguna clase y nosotros mismos damos innumerables vueltas a los datos conocidos intentando identificar al culpable y sus motivos. El autor mantiene vivo nuestro interés ofreciéndonos minúsculos avances, hasta que la investigación recibe el espaldarazo que necesitaba. Como suele ocurrir en muchas novelas policiacas, la pericia del inspector juega un papel importante en la resolución del caso, pero también los golpes de suerte que le permiten hacerse con datos o pruebas determinantes de una manera puramente azarosa, en conversaciones con amigos o debido a un tropiezo, literalmente. En suma, es una novela sumamente entretenida, bien escrita y con giros inesperados. 

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